Cómo el famoso poema del pastor luterano alemán Martin Niemöller, hoy vemos frente a nuestros ojos como un Gobierno occidental, el francés, arresta al fundador de Telegram por no querer y poder espiar a sus usuarios para así cumplir los deseos del Estado. Hoy es Telegram por quien vienen, ¿quién sigue después?
Para contextualizar, Durov fue arrestado en Francia bajo acusaciones de complicidad en tráfico de drogas, crímenes contra niños, fraude y terrorismo, entre otros. Según el gobierno francés, esto se debe a su negativa de regular el uso de su plataforma. Pero, ¿realmente Durov es cómplice de esos crímenes?
La realidad tecnológica es mucho más compleja de lo que parece. En este artículo, explicaré por qué es incluso materialmente imposible para Telegram espiar a sus usuarios de la manera que pretende el gobierno francés.
Para que Telegram pueda controlar lo que se comparte en su plataforma, tendría que ser capaz de leer cada mensaje que se envía. ¿Por qué no permitir ese espionaje, si al fin y al cabo es para detener criminales?
Más allá del evidente problema de privacidad que esto supone, junto con el riesgo de abuso de poder, es crucial entender que, tecnológicamente, esto no es posible 100% con la infraestructura de Telegram.
Telegram tiene dos opciones de mensajes, los normales y los “privados”.
Los mensajes normales están protegidos por una tecnología que asegura que, cuando salen de su dispositivo, sean inaccesibles hasta llegar a los servidores de Telegram, donde se almacenan. Esto evita que intermediarios, como proveedores de internet, puedan leerlos. Sin embargo, en teoría, estos mensajes son accesibles para Telegram. Esto se conoce como seguridad cliente-servidor.
Por otro lado, los mensajes privados nunca pueden ser leídos por los servidores de Telegram, ya que están cifrados de tal manera que sólo el destinatario puede leerlos. Es decir, se colocan en una “caja” digital que es prácticamente imposible de abrir sin la llave adecuada. Tal llave nunca sale del teléfono inteligente del usuario.
Este tipo de comunicación funciona de la siguiente manera. Imagínese que usted tiene dos llaves, una permite cerrar cualquier “caja”, pero no la abre, y otra permite abrir cualquier “caja” que se cerró con la primera llave.
Usted puede compartir esa primera llave con quien sea, para que le manden “cajas” que sólo usted puede abrir. Como sólo la segunda llave puede abrir esa caja, aunque alguien se robe la “caja” con el mensaje, es matemáticamente casi imposible hoy en día abrirla y leer el contenido.
Imagine que la segunda llave nunca sale de su poder (es decir, de su celular). Siendo así, aunque Telegram quisiera espiar sus mensajes, sin esa llave, aún con los mensajes en su poder, ellos no podrían ver su contenido.
Este nivel de privacidad no solo es un derecho humano y algo sumamente valioso en el mundo moderno, sino que en países como Rusia ha permitido a grupos de oposición comunicarse de manera segura.
Es cierto que esta tecnología puede ser utilizada para cometer delitos, pero ¿es eso suficiente razón para prohibirla? ¿O para criminalizar a quienes la facilitan?
Siguiendo esa lógica, deberíamos prohibir los lapiceros porque pueden usarse para escribir amenazas, o el dinero en efectivo porque financia actividades ilegales, o incluso las cámaras de video porque pueden grabar material ilícito.
Telegram es simplemente una herramienta, y la incapacidad de espiar mensajes privados o el deseo de proteger la privacidad de los usuarios, no equivale a complicidad en delitos.
Arrestar a Durov por no poder (o querer) violar la privacidad de sus usuarios es equivalente a eliminar la privacidad en el mundo digital. Este arresto es como si el gobierno exigiera instalar micrófonos en todas las casas y, al negarse, las personas se convirtieran en cómplices de los delitos que ocurren en esas propiedades.
“Las emergencias siempre han sido el pretexto bajo el cual se han erosionado las garantías de la libertad individual.” — Friedrich Hayek