No, Charlie Kirk no fue “víctima de sus palabras”

Publicado originalmente en Delfino.cr


El artículo de opinión de don Víctor Hugo Murillo en La Nación titulado “Charlie Kirk, triste víctima de sus palabras” comete un grave error lógico, además de ser moralmente cuestionable. No podemos dejar que esas ideas pasen sin el escrutinio correspondiente y por eso decidí expresar estas cortas palabras. Si bien vi a algunas personas en redes sociales expresar su disgusto por esa línea de razonamiento, días después no he visto un análisis lógico y bien argumentado al respecto.

La frase en cuestión es: “Vale la pena pagar, lamentablemente, algunas muertes por armas de fuego cada año para que podamos tener la Segunda Enmienda”. Lo que Kirk expresó no fue una invitación a la violencia, sino el reconocimiento de una realidad: toda libertad conlleva costos y, en su opinión, ese costo vale la pena. Reconocer esa consecuencia no equivale a celebrarla ni mucho menos a provocarla. Por eso, el razonamiento del artículo es falaz por dos razones: primero, confunde la descripción de un costo de una libertad con una incitación a la violencia; y segundo, convierte una opinión en la supuesta causa del crimen.

Una analogía para ilustrar esta lógica podría ser la siguiente: “Vale la pena pagar, lamentablemente, algunas muertes por accidentes de tránsito cada año para que podamos tener libertad de tránsito en vehículos automotores”. Reconocer la consecuencia de la libertad de tránsito e inclusive opinar que “vale la pena” no implica incitar muertes en carretera ni provocarlas.

A pesar de que la mayoría del artículo condena la violencia, desde su premisa central, debido a sus fallas lógicas, termina funcionando como una validación solapada de ese tipo de violencia sin una justificación lógica. Otra cosa sería si la frase escogida por el autor hubiese invitado explícitamente a asesinar a alguien.

La noción de ‘discurso de odio’, salvo cuando se refiere a incitación directa a la violencia o discriminación, es, en la práctica, profundamente subjetiva. Lo que a un grupo le resulta ofensivo, a otro le parece una crítica válida. Si aceptamos que la violencia puede justificarse porque alguien “dijo algo que hiere”, la sociedad queda rehén del más intolerante. El mismo artículo, que culpa la retórica de Trump de alimentar violencia, caería bajo ese estándar: bastaría que un radical lo considerara incitación para convertir al autor en “víctima de sus palabras”. Esa es la trampa de su lógica: se aplica en todas direcciones.

Lo más grave es la implicación ética: responsabilizar al asesinado, aunque sea de manera indirecta, por lo que defendía equivale a culpar a la víctima y exonerar al victimario. Es el mismo patrón argumentativo de los discursos que dicen que una mujer “provocó” a su agresor o que un activista “se lo buscó” por marchar. En todos los casos se diluye la responsabilidad del crimen y se normaliza la violencia como herramienta de silenciamiento. En el fondo, se está diciendo: “ten cuidado con lo que defiendes, porque quizá merezcas morir por ello”.